Película que dirige Sydney Lumet, el cual ya dirigiera con destreza “12 hombres sin piedad”, otra célebre cinta del cine con temática judicial. El guión es adaptado por David Mamet para el teatro, de la obra de Barry Reed. David Mamet también firma el guión para el cine, que se adaptaría dos años después, en 1982.
Esta es una cinta de aciertos, de muchos aciertos, pues no en vano, la casualidad quiso que no se llevase más estatuillas. Paul Newman borda el papel de Frank Galvin, un avogado desahuciado por sus compañeros de profesión, aislado de un bufete con malas artes y acosado injustamente, yace ahora bajo el peso del alcohol y la depresión. Solo cuenta con la ayuda de un viejo amigo que hace las veces de procurador.
Newman vuelve a interpretar al mismo tipo de personaje que en “El buscavidas”, un hombre que sabe de su valía pero se pierde en una maraña de culpabilidad, deseo de triunfar, decepciones, pifias y fiascos que lo van lastrando, hasta que no se cree capaz de nada.
En este punto le aparece la oportunidad que le ofrece su amigo, interpretado magistralmente por Jack Warden, sólo se centra en el caso porque cree que puede quitar algo de dinero, tampoco aspira a más que a sustentar el día a día. La historia tiene un giro increíble cuando va a visitar a su cliente al hospital, ella yace en coma, postrada en una cama de por vida porque el anestesista se equivocó de anestesia. Galvin, derrotado por la vida, delante de esa chica descubre el motivo principal por el que se hizo abogado, descubre que su situación no es tan mala, otros han perdido todo, y se compromete a luchar para defender los derechos de su paciente, cueste lo que cueste. Esto provocará una cruzada en la que tendrá en contra a todo el mundo, al juez, a la institución del hospital, a los familiares de su cliente que ya se veían con el dinero en las manos y ahora se produce un juicio que no les beneficia, un amor que lo traiciona, médicos sobornados, etc…
El abogado defensor es James Manson, (Ed Concannon) este encarna la figura de un litigante ferreo, sin fisuras ni ambajes, capaz de absolver al mismo diablo. Para ello se apoya en un equipo muy numeroso que le proporciona información y además usa malas mañas interponiendo ante Galvin el personaje que interpreta Charlote Rampling.
La verdad es que es un drama poco extendido, pero de brillante factura, quizás eclipsado por otros fenómenos cinematográficos de la época, incluso, Paul Newman que merecía el Oscar, fue nominado, pero al final se llevó el gato al agua Ben kingsley por “Gahndi”.
Se centra, en el drama personal de su protagonista evitando historias supérfluas ni otros adornos innecesarios, tampoco importa que el caso sea muy enmarañado o con demasiado intríngulis. Lumet, logra a partir de una premisa sencilla contar la vida y logros de un desheredado de la sociedad, un ermitaño en sí mismo, que logra cautivar.
Sydney Lumet, juega con los planos y encuadres para dotar de mayor dramatismo a las escenas, llena la cámara con motivos en cuanto puede, unicamente abre el encuadre para imágenes que necesitan ofrecer información sobre la soledad del protagonista, o de lo sórdido que es su entorno, por ejemplo en el inicio de la cinta, jugando a los flipers, o petaca, en el bar con la cerveza de sempiterna compañera. También utiliza planos contrapicados para engrandecer a los villanos y picados para empequeñecer a Newman, no son al uso, pero deja una pequeña inclinación para que se produzca un lenguaje subliminal.
Quizás, lo que más cogea de la película es la aportación del personaje de Charlote Rampling, no por su actuación, pero si esa forma de forzar situaciones, por ejemplo cuando se conocen ella y Newman, tiene poca gracia y parece que los dos van a ese bar a lo que van.
Una película muy recomendable, a mí siempre me gustó, tan sólo por la historia personal de redención, que de vez en cuando, a nosotros también nos toca experimentar.
FRANK GALVIN – “Actúa como si tuvieses fe y la fe te será dada”
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